La pedrea de Pan y el quesillo, una de las tradiciones más populares de Palencia, donde las autoridades arrojan bolsas de pan y queso a manera de pedrea simbólica hacia todos los palentinos y visitantes que se acercan hasta el cerro del Otero. Una pedrea que resultó especial en el año 1976.
Aquel día sucedió algo que para muchos puede parecer
sorprendente, pero que forma parte de la historia del barrio del Cristo y de la
ciudad de Palencia.
Aquel domingo de hace 39 años nuestro Cristo amaneció de
manera especial, una gran pancarta había sido desplegada desde sus ojos, en la
que se podía leer la frase ¿TENDRÁ QUE BAJAR ESTE SEÑOR?
La pancarta había sido colocada por los propios vecinos del
barrio, que no se limitaron únicamente a realizar esa acción sorprendente, sino
que a lo largo del recorrido de la procesión y dentro de la jurisdicción del
barrio colocaron estratégicamente una serie de pancartas haciendo alusión a los
graves problemas que sufría el barrio. La primera de ellas, que fue situada en las inmediaciones de la
parroquia de San Ignacio, hacía referencia a las necesidades del barrio. Otras
decían “Necesitamos calles asfaltadas”, “Este barrio está hecho una mierda”.
La intención de los vecinos es que finalmente las
autoridades se dieran cuenta de los grandes problemas que sufría el barrio,
pero las mismas se vieron molestas ante la presencia de las pancartas, y se dio
aviso a los bomberos para que procedieran a su retirada, comenzando de esta
manera un abucheo dirigido a las autoridades de aquel momento. La afluencia de
público aquel año a la pedrea fue masiva, provocando una visión impactante de
las inmediaciones del cerro del Otero.
La tradicional pedrea desde el balcón de la ermita se inició
y las autoridades comenzaron a lanzar las bolsas con el tradicional pan y
queso, pero en esta ocasión todo cambió, ya que comenzó a suceder lo
inesperado: las bolsas regresaban al balcón arrojadas hacia él de nuevo por el
público asistente a la pedrea. La cosa no quedó ahí, las pancartas también
acompañaban a la pedrea, y a continuación comenzaron a surgir entre la multitud
asistente gritos y exclamaciones de ¡FUERA, FUERA! dirigidos hacia las
autoridades que lanzaban las bolsas desde el balcón y que a su vez veían lo que
siempre les hubiera parecido imposible, que las bolsas fueran arrojadas hacia
ellas. El tono de la protesta fue
aumentando, tanto que algunos jóvenes vaciaron la bolsas de pan y queso e
introdujeron en ellas piedras, y comenzaron
a arrojárselas con ese contenido a las autoridades a la vez que gritaban ¡ QUESO
NO, OBRAS SÍ !
Terminada la pedrea, las autoridades comenzaron a realizar
el regreso hacia la catedral, mientras que los vecinos del Cristo les siguieron
hasta las inmediaciones de la parroquia de San Ignacio y Santa Isabel gritando
de nuevo ¡FUERA, FUERA!, acompañados de otras reivindicaciones como
¡COLECTORES!, ¡ESCUELAS!, animados por el párroco del barrio.
39 años han pasado desde entonces, unos hechos que forman
parte de la historia del barrio del Cristo y de nuestra ciudad, que forman
parte de la historia de Palencia. Pese a todas esas décadas transcurridas, el
abandono continúa en muchas zonas de nuestra ciudad, y si nos referimos en
concreto al barrio del Cristo se puede ver por todas partes, y no son hechos
menospreciables ni mucho menos, en el barrio del Cristo se encuentra el Colegio
de Huérfanos de Ferroviarios, un edificio público municipal de casi 16.000
metros cuadrados y unos 50.000 metros cuadrados de parcela que son de todos y
de cada uno de los palentinos, con instalaciones deportivas incluidas, tanto
cubiertas como al aire libre, abandonado por el Ayuntamiento de Palencia y
saqueado impunemente. También se encuentran las chimeneas de la antigua Tejera
de D. Cándido, que de nuevo cuentan la historia de nuestra ciudad, también
abandonadas durante años, resistiendo el paso del tiempo pese a sus grietas y a
la falta de conservación, incluso estando inclinada la mayor de ellas,
señalando a todos los palentinos que nuestra ciudad puede estar agrietada, pero
no hundida. Esa chimenea se mantiene en ese estado pese a encontrarse al lado
del Instituto Virgen de la Calle, pese que a diario cientos de alumnos asisten
a diario a sus clases. Los antiguos depósitos del agua, otro vestigio más de la
historia de Palencia, también abandonados, olvidados, semihundidos e incluso
sin valla de protección pese a su gran profundidad, depósitos que iban a ser
recuperados medioambientalmente según lo dispuesto en el Plan URBAN, y que
recuerdan tiempos mejores cuando su agua proporcionaba abastecimiento a todos
los palentinos. El cerro del Otero, convertido en un estercolero, lugar donde
se eleva la obra maestra de Victorio Macho, y donde el gran escultor descansa
eternamente, llorando en su tumba al ver como la basura le rodea, al ver como
su obra maestra permaneció olvidada durante años por las instituciones y
políticos, pese a conocer que la misma se encontraba en un estado de
conservación regular. Los Jardinillos, lugar que dan la bienvenida a los
visitantes que se acercan en tren a nuestra ciudad, con una imagen lamentable
que haría llorar al propio Cristo del Otero. Sus ojos que lo ven todo fueron
testigos de nuestro pasado, de los hechos aquí relatados, y también
presenciaron como en 1976 alguien ascendió hasta ellos y desplegó una gran
pancarta reivindicativa exigiendo mejoras en el barrio. Su acceso interno pertenece cerrado desde
hace décadas, nada se dice de él en la restauración externa que se tiene
previsto realizar en la colosal escultura, obra única de categoría mundial
comparable a la estatua de la Libertad o al Cristo de Río de Janeiro.
Nuestro Cristo, el Cristo del Otero, el Cristo de todos los
palentinos, el Cristo de Palencia, que sabe y conoce que la historia se cambió
una vez, que los vecinos de Palencia la cambiaron en 1976, que unidos
consiguieron que las autoridades atendieran a sus justas peticiones, también
conoce que la historia se puede repetir, y que para eso tan sólo hace falta que
todos los palentinos nos juntemos, y reivindiquemos lo que siempre nos hemos
merecido, no el abandono de nuestros representantes políticos, sino el cuidado
de nuestros parques, de nuestros monumentos, la conservación de nuestros
vestigios históricos, la conservación de nuestro patrimonio, de nuestras
instalaciones públicas, de nuestra industria.
El futuro de nuestra ciudad no está escrito ni le escriben
los políticos, le escribieron los ciudadanos hace décadas, y ahora pacíficamente
somos nosotros los que debemos escribirle.
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