sábado, 5 de abril de 2014

En el año 2000. Texto escrito en 1.930:

Buscando entre antiguos ejemplares de prensa recuperé de uno de ellos un texto en los que se hace mención a cómo sería la vida en el año 2.000. El autor del texto, Antonio Zozaya y Jou, relata una conversación que en el año 1.930 mantienen un joven ingeniero y don Pío, los cuales daban su punto de vista sobre cómo sería la vida cotidiana al llegar el siglo XXI.
Dejo a libre interpretación del lector el juzgar si lo que en su texto Antonio Zozaya reflejó se asemeja a lo que en la realidad sucedió setenta años después de haberlo escrito.
El texto dice así:

EN EL AÑO 2000

 

«-El año 2000 (ha dicho el joven ingeniero, arrojando el lápiz sobre las revueltas cartillas) no será el de Souvestre, ni el de Betlamy, ni el de Wells, ni el de todos los soñadores, más o menos cándidos, que han querido dibujar el mañana dentro de la cuadrícula del hoy… No hay sino aplicar la ecuación del plano inclinado al progreso industrial para presentir a qué grado maravilloso habremos llegado en la trayectoria científica.
Sea N la cantidad de experimentación adquirida; P la fuerza de impulsión de la investigación nueva, y R la resistencia de los prejuicios y atavismos, que viene a ser la frotación sobre la superficie del plano, más la gravedad. Tendremos que N=P coseno de alpha menos….
Todos hemos quedado con la boca abierta, excepto don Pío, quien ha lanzado una carcajada insultante. Al punto nos hemos estremecido, temiendo un arranque de irascibilidad en el ingeniero. Pero éste se ha contentado con variar de lenguaje.

-Dentro de setenta años (ha dicho) no habrá distancias. A las velocidades de setenta, de cien de doscientos kilómetros por hora habrán sucedido las de sesenta, cien, doscientas leguas inglesas por minuto. Resuelto el problema de la aviación eléctrica, el hombre tocará con la mano la ubicuidad. Recuerden ustedes la antigua galera acelerada; piensen en los modernos automóviles, y recapaciten que nos faltan tres cuartos de siglo de verdadera progresión por cociente. No habrá noche, porque habremos convertido el empuje salvaje de las mareas, el desplome de las cataratas, el azote implacable del viento, el espasmo de los temblores asísmicos, el giro mismo del planeta, en fuerza motriz y luz brillante y esplendorosa, que deslumbrará las pupilas de nuestros nietos. No existirá la usencia, esa ausencia llorada en hexámetros y ponderada en dolores y rimas, porque la electricidad hará revivir a los muertos y aparecer a los exilados, con su voz, su figura y su propio ademán. No necesitaremos sirvientes, porque una rueda, un motor, un conmutador, una aguja imantada nos acercarán los objetos, complicados por el prodigio, amaestrados por el cálculo, educados por el engranaje. No habremos menester de coliseos ni de bibliotecas, puesto que un simple alambre nos pondrá ante los ojos y ante los oídos las armonías más sublimes, los textos más recónditos, las más inaccesibles verdades. Y aun la industria no habrá dicho su postrera palabra, porque el verbo científico, destinado a suprimir el espacio y el tiempo y a cambiar más veloz que la luz, no habrá hecho sino comenzar a tender el vuelo que ha de seguir para toda la eternidad.

-Acaso todo ello sucederá como usted imagina (ha interrumpido con estoica flema don Pío).   La experiencia ha sido Egeria de todos los profetas, y la experiencia nos enseña que puede la industria hacer milagros. Pero con el mismo derecho con que usted ha inducido de los hechos presentes los portentos futuros, me atrevo a predecir que en al año 2000 ocurrirán no pocas cosas abominables. No sólo hay un plano inclinado para la industria; también lo hay para su inseparable consorte la barbarie y para sus compañeras la esclavitud, la miseria y la muerte. Es la misma ecuación invertida: N=P coseno de alpha más…

-Basta (ha exclamado el ingeniero iracundo). ¿Va usted a negarme el progreso?

-No niego el progreso industrial; pero el otro… ¡Ah! El otro todavía no se ha iniciado. Yo también pienso en el año 2000. Desde luego, el trabajador, el obrero, el intelectual sin recursos no disfrutarán de los raudos sistemas de locomoción, de las luces esplendorosas ni de las máquinas de recordar y palpar verdades. ¿Disfrutan hoy, acaso, de los automóviles, ni siquiera de los viejos vehículos? ¿Gozan de las ventajas de la telegrafía sin hilos? Para ellos sigue el mundo como en los tiempos de Epaminondas. Para ellos , ni inventó sus telares Jacquard, ni sus presiones Fulton, ni Appert sus sabrosas y exquisitas conservas. Por sus escuelas, cuando las encuentran para sus hijos, no ha pasado la sombra de Pestalozzi. En sus viviendas no ha resonado aun la voz del primer higienista. No sólo sus situación no es mejor, sino que es peor cada día. Al esclavo se le alimentaba; al moderno trabajador, de blusa o de americana, se le explota, se le exprime como a un limón, y cuando ya no da jugo se le arroja al estercolero. El jornal más codiciado de todos no basta a pagar dos kilos de carne, ni siquiera un solo manjar de los que consumen los poderosos. La situación del proletariado es hoy mil veces peor que en el siglo pasado, diez mil que en el primero de nuestra era. Se ha adelantado en todo lo que no sirve para maldita de Dios la cosa. 
¿Qué es nuestro llamado progreso? ¡Juguetes y más que juguetes!
El cantor de las glorias del provenir callaba; pero palidecía, trémulo de sorpresa y de rabia.

-Sí, amigo mío, sí (seguía don Pío, que esta vez era él el implacable). En el año 2000, el jornal de un bracero será graduado en cinco duros; pero un vaso de agua costará dos, y un kilo de carne, siete y medio. En el año 2000 habrá centenares de millardarios que irán por los aires atropellando buitres; pero millones de seres humanos dormirán en el fango, sin haber ingerido un pedazo de pan. En el año 2000, esto es, dentro de setenta inviernos, cuarenta millones de mujeres y otros tantos niños se reventarán trabajando día y noche, para que en el cuarto de una cocota no falte el aroma llevado por el hilo de cobre con presión de mil voltios, y la grata cadencia engendrada a cien leguas para que puedan brillar en su “hondor” el oro y la seda, producidos por los gigantescos motores que aprisionarán entre sus ruedas los miembros tronchados de los padres futuros.
El ingeniero me ha mirado suplicante, casi llorando. Era evidente que impetraba mi auxilio.

-Es posible que (me he atrevido a decir), que ambos hayan ustedes retratado fielmente la evolución del progreso industrial hasta ahora. Representan ustedes cada uno de su lado la famosa antinomia de Enrique George. Pero creo que dentro de setenta años no verán los hombres el año 2000.

-¡Cómo! ¿Qué dice usted? (han gritado ambos interlocutores).

-Dentro de setenta años (he seguido impertérrito) habrá sucedido una de dos cosas: o la ferocidad industrial habrá consumado el suicidio cósmico predicado por aquel socarrón de Schopenhauer, o se habrá realizado en la Historia una brusca trasformación tan decisiva, que aun no habrá llegado en el año 2000: porque los hombres, en memoria de su redención, habrán vuelto a contar los años comenzando otra vez por el uno.«
                                                                                                                 ANTONIO ZOZAYA, 1.930.



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