Este fue el texto redactado por César Juarros:
"Acaso nos califiques, lector, de sobradamente insistentes en esta nuestra campaña de fomentar el amor a los niños y de llevar a los ánimos todos el convencimiento de que mientras no sea mejor defendida nuestra infancia no podrá considerarse como probable la prosperidad nacional, pero es el problema tan urgente, tan vital, que no hay modo de arrojar de nosotros a la inquietud que de él emana.
Hoy, por ejemplo, nos
encontramos sobre la mesa de trabajo con las cifras de la mortalidad infantil
en Palencia. ¿Cómo sustraernos a la tremenda impresión que toda persona, medianamente
consciente de la crisis nacional,
tiene que experimentar ante ellas?
Casi seguramente el
pretender contribuir a su divulgación será de una eficacia nula. Las gentes seguirán dando
de lado a estas cuestiones, calificándonos quizá de aburridos y
monótonos; pero aun
así y todo, puede en nosotros más la ilusión que la experiencia.
En el año, de no muy
grato recuerdo, de 1.916, la cifra de la natalidad fue, en Palencia, de 36,44 por cada
1.000 habitantes, y la de la mortalidad, de 41,88.
Ya estas cifras
debieran constituir por sí solas positivo motivo de preocupación, pero donde resulta
totalmente inexplicable la indiferencia de los gobernantes y de los gobernados es
al examinar las cantidades que traducen la mortalidad infantil.
Murieron en Palencia,
durante el año de 1.916, 749 personas; de ellas, ¡¡ 354 eran niños menores de cuatro
años!! ¿Habrá modo de permanecer tranquilo después de haber leído estos números?
De cada 1.000
habitantes mueren 19,66 niños, y a los niños corresponde el 47,26 por 100 de
las defunciones totales. ¿Quién tan ofuscado, tan al margen de los intereses de
la nación, que no sienta
agitarle el alma el deseo de una protesta ruidosa?
Pero hay más, lector.
Hay unas cifras que vas a conocer y que, sin embargo, serían susceptibles de
una formidable aminoración. Del total de niños fallecidos en Palencia, 142 lo fueron
a consecuencia de enfermedades gastrointestinales, en niños menores de dos
años, lo que representa una macabra cabalgata de errores alimenticios, de prejuicios,
de dislates.
¿Cómo hallar
justificación para la ignorancia, para la torpeza, para la ceguera de los padres españoles? ¿A cuántos niños no
has visto beber vino? ¿A cuántos niños no
has oído interrumpir con su llanto la representación nocturna de una obra teatral? ¿A cuántos padres no oíste elogiar que su bebé
comía ya de todo antes de los dos años?
La muerte de los
niños traduce, en la mayoría de los
casos, la desidia de los padres. En otra gran parte, el
abandono de las autoridades. Y cuéntese con que el
caso de Palencia no es, ni mucho menos, excepcional. Es el tipo corriente de lo que
ocurre en toda la nación, que camina a la ruina, a la despoblación.
En Palencia muere más
gente que nace. ¿Cuál puede ser el
final de una población en donde ha habido mes en que, siendo los nacimientos 41,
las defunciones ascendieron a 70, como ocurrió en abril de 1.916?
No es gana de
teorizar, no se pretende hacer malabarismos para asombrar al burgués; se trata de un
problema vital. España va derecha a la ruina. Su hundimiento total está mucho más próximo de
lo que se piensa por culpa de la disminución de su natalidad, de la persistencia de
las cifras de su mortalidad, de la escasa salubridad de la mayoría de sus poblaciones
y de la debilidad, física y psíquica, de la juventud.
No debiera existir en
el ánimo de ningún español preocupación más honda, más intensa, que la de la falta de
salud, de energías y de vitalidad de los habitantes de esta nación, tan inexplicablemente
desgraciada. Pero váyale usted a las gentes con estas cosas que no tienen aspecto
de tocar al bolsillo.
Aspecto nada más. En
el fondo lo que palpita es una cuestión económica. No hay capital comparable a la
salud. El hombre enfermo deja de producir y gasta más que en estado de salud.
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